Pacíficamente, las suaves aguas
ascienden vaporosas hacia el cielo:
unas, se precipitan como hielo,
las otras, se dispersan por las fraguas.
Admiro tanto este violento anhelo
que invita a caminar miles de leguas
siguiendo el paso firme de las yeguas…
así espero, por fin, batirme en duelo.
Lo único que estás, tú, ahí delante,
ocupando el lugar de una Artemisa
frente a la gran losa del tiempo, pura.
Tras un instante eterno y llameante,
me alcanza tu mirada manumisa,
audaz, ante la desembocadura.