Mi corazón coralino no es coriáceo, sino de coral. Y es de corazón que te manda a paseo con su dedo cordial. Mi loco corazón acorralado, que llora hojas de acanto, crece y se alimenta con duelos y quebrantos, y si se amedrenta, es de esa raza que no admite corazas, con o sin razón. Mi corazón crocante, se enternece cuando lee un verso suelto de Cortázar, se acurruca fuera del margen y fantasea con un mundo de diamante.
Cuando suelta amarras, mi corazón de marras, es de esos que pretende amar marrando, y por más que columbra tierra, se amarra a una quimera —si bien consigue hacer rumbo, aun derrumbándose. Mi corazón kamikaze no sé bien cómo hace; asaeteado, alza el vuelo y es impelido a los cuatro vientos hasta que se estrella con buena estrella —a corazón abierto y en carne viva— ¡estalla al alba entre confeti y serpentinas! Si sonríe y llora, o llora y luego ríe, se divisan los arcoíris esos de los que hablaba Benedetti. Límpido, aun cuando va escorado, es como el vidrio esmerilado. Más duro que el corindón: labra las piedras preciosas de impurezas y sinrazón.
Mi corazón corinto, como el río Tinto, conmueve a las nueve musas; torna el llanto en canto y toca la cornamusa. No se encoge, ni se arruga ante nada; antes que todo eso, se derrama: (¡a amar redes!) También a veces se equivoca en sus corazonadas. Mas no precisa de atrezo, decoros, ni de distingos. Se sacia en la cornucopia del amor. Incluso cuando es vejado, mi corazón cornudo, se muda más íntimo y comprensivo. Cuando sufre el cordojo se tiñe color de rojo, si no le pido que se lance a los abrojos con aires de soñador. Mi corazón corajudo, lleno de corcusidos…
¡Ay, mi pobre corazón!